viernes, 14 de octubre de 2016

«Le pedía que me pagara con abejas, no con dinero»

Unas 300 colmenas de abejas son las gafas con las que Xavier Branchat observa la naturaleza. Este apicultor siempre va en busca de una flor

«Le pedía que me pagara con abejas, no con dinero»
JOAN REVILLAS
Martes, 11 de octubre del 2016
Sin tierras, pero con muchas ganas de vivir en el campo y de algo vinculado al mundo y economía rural, Xavier Branchat (Reus, 1978) vio en la apicultura un camino para alcanzar su sueño. Buscó un maestro, un sabio payés con colmenas, que asentó en él las bases de lo que le ha convertido en un experto. Y juntos, maestro y alumno, ahora elaboran cervezas artesanales, alguna con miel, con la miel que producen las abejas de Branchat, nómadas en busca constante de flores.
-¿Qué vio en las abejas para vivir de ellas? Valoré que los productos de las abejas se conservan muy bien, y que el apicultor puede hacer todo el ciclo: producir la miel, envasarla y almacenarla, y venderla. Eso con la viña, por ejemplo, no pasa. Si en una semana no has vendido la uva, se estropea. Y la apicultura me permitía vivir en y del campo, sin necesidad de tener tierras.
-¿Cómo localizó a su buen maestro? Cuando decidí aprender apicultura, y sabiendo que su formación específica es deficitaria en nuestro país, aproveché una salida con el Gepec de Reus, cerca del Gaià, para preguntar por algún buen apicultor. Y me hablaron muy bien de un tal Arturo.
-¿Lo fue a conocer? Aún no. Perdí su teléfono. Pero, al cabo de un tiempo, me apunté a un curso de agente dinamizador del medio natural, para mayores de 25 años. Yo tenía 22, y solo pude ir de oyente. Cuando llegaron las prácticas, yo no podía ir donde los alumnos inscritos, y la profesora, que sabía que yo quería ser o pastor o apicultor, me dijo que tenía un amigo con el que aprendería mucho. Se había hecho, él mismo -hace 30 años-, la primera casa de bioconstrucción en Tarragona. Se llama Arturo, me dijo.
-¿Cómo vivía Arturo en aquella casa? Era como un sueño para mí. Tenía cabritas, gallinas, huerto, árboles frutales... y abejas. Allí hice mis prácticas. Cuando se iba unos días con su familia, me pedía que me quedara cuidando de los animales. Luego me quería pagar, y yo le pedía: «Págame con abejas, no con dinero». Arturo fue el primer amigo que tuve de una generación que no era la mía. Y, hasta hoy. Hace 10 años que elaboramos cerveza juntos en Montferri [www.lesclandestines.net], fuimos la cuarta o quinta cervecería legal en Catalunya.
-¿Qué aprendió del maestro apicultor? Todo. Arturo fue el primer apicultor de España que hizo cosas con própolis. Él puso mis cimientos de una apicultura que es mucho más que producir miel. Por eso ahora tengo un amplio abanico de actividades en torno a las abejas: organizo talleres para familias con niños o para quien quiera saber de apicultura; trabajo con própolis, miel, polen, cera; polinizo árboles frutales; quito nidos en chimeneas o tejados.
-Y reparte las colmenas según la flor. Sí, en grupos de 40, llevo a Cambrils o Alcanar, donde hay naranjos; tomillo, en Prades; encina en el Montsec, y en verano a prados de la Cerdanya, con flores diversas.
-Llévenos de viaje, así, rápido, sobre el curioso mundo de las abejas. Es un matriarcado. En cada colmena puede haber 60.000 individuos. Si a un huevo lo alimentan solo con jalea real, de él saldrá una reina. Cuando son muchas en una colmena, la reina vieja se lleva abejas a anidar en otro lugar. Los apicultores las separamos antes de que eso pase. Los machos van por libre y, una vez copulan, mueren. Ellas no necesitan a zánganos inútiles.
-¿Usted tiene una miel preferida? En casa tengo de seis o siete tipos, y no todas mías. Líquidas, para el yogur, cristalinas, para matar el ácido del sofrito de tomate o en tostadas. Eso también lo comento en los talleres [www.anticbalneari rocallaura.com] y en mercados. El segundo y cuarto sábados del mes estoy por la mañana junto a las chimeneas del Poble Sec.